La aciaga noche del 27 de julio de 1954 el presidente constitucional de Guatemala, libremente electo, pronuncia su valiente discurso de renuncia, dirigiéndose a la Nación a través de la radio nacional, TGW, para anunciar que renunciaba al cargo en un intento por detener la agresión de la que estaba siendo objeto el país a manos de una fuerza armada proveniente de Honduras, y comandada por el Coronel Carlos Castillo Armas —que había intentado derrocarle antes—, y que era asistida logística y financieramente por la Agencia Central de Inteligencia, cuyos directivos, afectados por la política de desarrollo del entonces Presidente, tenían intereses económicos en Guatemala.
Jacobo Árbenz, inspirado en Lincoln —y no en Lenin como falsamente se ha hecho creer—, se había trazado como objetivo la industrialización progresiva del país a través del Decreto 900: Ley de Reforma Agraria (imitando el Homestead Act estadounidense de 1862). Árbenz, como Arévalo, creía en el libre mercado y en la estimulación del capital privado para la generación de riqueza, en franca oposición al comunismo —y al que era más bien contrario—, y con el que, irónicamente, se lo vinculó después como estrategia de desprestigio para justificar su derrocamiento.
La aciaga noche del 27 de julio de 1954 el presidente constitucional de Guatemala, libremente electo, pronuncia su valiente discurso de renuncia, dirigiéndose a la Nación a través de la radio nacional, TGW, para anunciar que renunciaba al cargo en un intento por detener la agresión de la que estaba siendo objeto el país a manos de una fuerza armada proveniente de Honduras, y comandada por el Coronel Carlos Castillo Armas —que había intentado derrocarle antes—, y que era asistida logística y financieramente por la Agencia Central de Inteligencia, cuyos directivos, afectados por la política de desarrollo del entonces Presidente, tenían intereses económicos en Guatemala.
ResponderEliminarJacobo Árbenz, inspirado en Lincoln —y no en Lenin como falsamente se ha hecho creer—, se había trazado como objetivo la industrialización progresiva del país a través del Decreto 900: Ley de Reforma Agraria (imitando el Homestead Act estadounidense de 1862). Árbenz, como Arévalo, creía en el libre mercado y en la estimulación del capital privado para la generación de riqueza, en franca oposición al comunismo —y al que era más bien contrario—, y con el que, irónicamente, se lo vinculó después como estrategia de desprestigio para justificar su derrocamiento.